Sucesos, Vida de Fe y Cristianismo en Honduras

martes, 19 de mayo de 2009


Sobre la epistemología de la teleología, o ¿Que rayos hago yo aquí?



Edwin Francisco Herrera Paz
Los seres humanos (y algunos ratones) estamos diseñados para esperar siempre algo por lo que hacemos, es decir, estamos orientados a objetivos (mi objetivo, por ejemplo, es conquistar el mundo), lo cual es el resultado de muchos años de selección natural. Si somos cazadores, tomamos la lanza, nos vamos con nuestro equipo con el objetivo de cazar al mamut. La lanza, y el hecho de unirse a un equipo tienen un propósito: alimentarnos a nosotros y nuestras familias. La versión moderna sería tomar la pelota y unirnos al equipo de futbol. El propósito: pasar un tiempo divertido, desahogar un poco nuestras hormonas (testosterona y DHT) de macho indómito (catarsis, diría Sigmund Freud), satisfaciendo nuestro instinto de caza, y el galardón: los goles. Si el partido de futbol es entre damas, el propósito es diferente: la convivencia y la tertulia mientras juegan. No falta alguna que patee la pelota al mismo tiempo que se maquilla. En serio, ¿han visto un partido de futbol femenino? Todas (las 22) corren juntas detrás de la pelota. Y es que esto es el producto de miles de años como recolectores, en donde la convivencia en grupo para criar a los niños y realizar la labor de recolección era esencial (como ven estoy dispuesto a ser martirizado por el feminismo en pos de la ciencia).
Si trabajamos, el propósito es sobrevivir, o ganar algo extra para satisfacer nuestros extravagantes gustos de divo(a). Si hacemos el amor, matamos 2 pájaros de un tiro: hacemos bebés a la vez que satisfacemos nuestros impulsos lúdicos. Hablando de esto último, como médico me he podido dar cuenta de que es mucho más probable que se forme el bebé si se hace por el juego en sí, que si se hace para traer el bebé al mundo. Si no mire usted la cantidad de embarazos no deseados, y cuando se desea mucho el embarazo, no hay embarazo. Parece contradictorio, ¿no es así? Parece ser que cuando el embarazo se busca desesperadamente, la diversión se olvida y, al parecer, la fertilidad mejora con la diversión. En esto se basan los especialistas en fertilización in vitro para pagar la cuota de su nueva casa en esa colonia lujosa (los médicos estamos llenos de trucos para pagar las cuotas atrasadas, por lo que algunos nos consideran seres superiores, superados en ese aspecto solo por los abogados). Le enseñan a la pareja, diz que para aumentar la probabilidad de salir embarazada, que a tomarse la temperatura a diario, que quedarse acostada después del juego, que inclinar la cama quedando con la cabeza para abajo al estilo murciélago, etc. etc. Cuando todo esto falla (amárrese el bolsillo), la única solución es la fertilización in vitro y el transporte de óvulos fecundados. ¿El resultado? Miles de embriones congelados solo en Estados Unidos, los que serán probablemente descartados, aunque este hecho podría tener como propósito ayudar a la investigación de células madre, pero ese es otro tema. ¿Ya ve? Disfrute la experiencia lo más que pueda, olvídese del asunto, saldrá embarazada y protegerá sus finanzas.
Volviendo al tema que nos compete, si escribimos, lo hacemos para que nuestros amigos nos quieran (según Gabriel García Márquez). En fin, no es difícil darse cuenta de que el ser humano funciona cumpliendo pequeños objetivos, marcados por nuestras pulsiones o, en palabras de Freud, la sublimación de estas pulsiones hacia propósitos superiores.
Una cosa muy diferente es analizar nuestra existencia tomando en cuenta que tenemos un propósito eterno, que estamos en los planes de nuestro creador, que venimos a la tierra para formar parte de un gran rompecabezas que nuestro Dios está armando, con un propósito más allá de nuestra comprensión. Muchos teólogos y filósofos de la ciencia se refieren a este fin último como que es esencialmente “epistemológico”, que significa que hay un límite en el conocimiento humano, que hay cosas que no se pueden saber o conocer porque están más allá de cualquier razonamiento o fuera del alcance de cualquier tecnología que pudiéramos inventar. En otras palabras, epistemológico es una palabra rimbombante, elegante, altisonante y resonante que se utiliza para referirse a la más absoluta y eterna ignorancia. Y a propósito de palabras altisonantes, leí hace poco un artículo del año pasado en la que probablemente sea la revista científica más prestigiosa del mundo (Nature), en donde claramente se instruye a los lectores (creo que con el afán de que los científicos continúen inalcanzables en su inexpugnable fortaleza de la ciencia) a cambiar su vocabulario: para referirse a “un montón de libros” (o a todos los libros del mundo) y siguiendo la moda de la genómica, se deberá usar el término bibliómica; en lugar de decir clonación (eso es para el vulgo) se deberá decir “transporte nuclear de células somáticas”, etc., etc. Así, realizando estos cambios nuestra labor podrá continuar siendo “epistemológica” para el “aciencio” o “inciencio” (ambos términos acuñados por mi para referirme a aquel individuo que desconoce la existencia de la ciencia, y a aquel que la conoce pero no la practica, respectivamente) mortal común.
Retomando el tema, si hay un propósito eterno y nosotros, mortales simples, imperfectos (con la excepción de algunas bonitas actrices de cine), infinitamente limitados en tiempo y espacio, y además con libre albedrío, entonces Dios tiene que estar actuando constantemente para corregir nuestros desaciertos, aumentar la complejidad de los sistemas, y encima de esto satisfacer nuestras demandas, aquello que pedimos mediante la oración de fe. Naturalmente, la labor de ingeniería necesaria para armar el rompecabezas (ya que los propósitos eternos no son siempre compatibles con nuestros deseos) es monumental y formidable, y de hecho inimaginable e inentendible (epistemológica) y solo puede ser realizada por un ser omnisciente, omnipresente y omnipotente (el uso del término totipotente lo limitaremos a las células madre). Pero entonces, nuestro Dios es un Dios teísta, que tiene que interferir con los asuntos de este mundo constantemente. Tradicionalmente, esta cosmovisión no ha sido tomada muy en serio por la ciencia, y me extenderé un poco más en esto.
Históricamente, la ciencia surgió en Europa como un movimiento revolucionario. Este movimiento, al combatir algunos dogmas errados de la iglesia demostraba ser mucho más convincente en la descripción del mundo que esta, por lo que la actitud revolucionaria se extrapoló a todas las doctrinas eclesiásticas del momento. Así, mientras el individuo medieval consideraba que venía a este mundo con un propósito definido, la ciencia en la época del iluminismo acabó con este “mito”, y con otros, como por ejemplo la intervención divina en los asuntos del hombre y el libre albedrío. El enfrentamiento con la iglesia provocó, en el medio científico, que se aceptaran aquellas teorías que se opusieran a la doctrina eclesiástica y se descartaran aquellas que podían estar, en determinada manera, de acuerdo con la fe cristiana (o de otra denominación), todo esto, desde luego, de manera sutil.
Los eminentes físicos, David Bohm y David Peat, explican en su libro, Ciencia, Orden y Creatividad, como en el siglo XIX la mecánica Newtoniana, la cual es absolutamente determinista y describe el movimiento en pasos sucesivos de tiempo infinitesimal, desplazó a la teoría de Hamilton-Jacobi, en la que el movimiento puede estudiarse como una onda (a partir de una integral llamada Lagrangian), y en la cual puede apreciarse un atisbo de finalidad o propósito. Ambas explicaciones del movimiento son adecuadas para la resolución de problemas prácticos (una condición necesaria y suficiente para ser aceptada por la ciencia positivista), pero la mecánica de Newton logró establecerse como el cuerpo teórico por excelencia para la explicación del movimiento. La postura antieclesiástica, reduccionista y determinista orientó a la ciencia de la época precedente al siglo XX a un mecanicismo casi absoluto, siendo a menudo citado como el pináculo de esta visión un comentario realizado por el entonces eminente científico y filósofo de la ciencia Marqués de Laplace. Lo que Laplace refirió fue más o menos esto: “Si un ser omnisciente pudiera conocer la velocidad, posición y dirección de todas las partículas del universo en un tiempo A, entonces podría conocer la velocidad, posición y dirección de todas las partículas del universo en un tiempo B futuro, ya que todo estado futuro depende del estado presente.” En un universo así, obviamente, no puede haber libre albedrío, ni ingerencia de parte de Dios en los asuntos humanos, ni propósito. Si el futuro está todo determinado por el estado presente ¿Qué diferencia voy a hacer yo? Todo lo que yo haga ya habrá sido predeterminado, no seré responsable de mis acciones puesto que estas dependen de una serie de reacciones químicas cerebrales que están determinadas por estados anteriores, y no puedo hacer nada para cambiar un futuro ya determinado. Aunque esta manera de pensar no elimina la posibilidad de la existencia de Dios (todavía es posible la existencia de un Dios creador) este no tiene ingerencia en los asuntos del hombre. Lamentablemente esta filosofía surgida de dogmas científicos permeó los círculos intelectuales de su tiempo.
Por suerte para los creyentes, el siglo XX trajo consigo un cambio radical de apreciar el mundo. Este cambio llegó bajo 2 denominaciones: La relatividad (especial y general), y la física cuántica, la primera personificada por Albert Einstein, y la segunda por un grupo de físicos teóricos entre los que se destacan Heisenberg, Shrodinger y Bhor. Particularmente la física cuántica presenta desafíos extremos para la mente de los físicos, ya que el mundo del tamaño de partículas subatómicas se comporta de manera que nos parece loca y que no encaja en las experiencias de nuestra vida cotidiana. ¿Puede usted explicarse como un objeto puede ser onda y partícula a la vez? Ni chicha ni limonada, diría mi abuelita. ¿Cómo puede explicarse que un electrón no tenga una posición definida, sino muchas posiciones siguiendo una distribución probabilística y no determinística? Eso equivaldría a decir en el macromundo cotidiano, que usted está tanto en su trabajo como en su casa, al mismo tiempo, y además en otros muchos sitios intermedios distribuidos probabilísticamente (debido al tiempo limitado y la demanda de la vida moderna, a veces me gustaría ser cuántico). Nosotros, seres binarios por naturaleza (ver ensayo anterior en este blog: De células, no células y células madre) no podemos comprender estos hechos intuitivamente, pero no son del dominio de la epistemología ya que pueden ser descritos con ecuaciones. De un plumazo, la física, la madre de las ciencias, se volvió probabilística en esencia, dejando campo para aquellos asuntos que la física precedente había desdeñado.
Ya me he referido a como la llamada Ley de incertidumbre de Heisenberg asegura que el universo es determinista en un 50%, por lo que queda un 50% de margen para la actuación de Dios (ver: La fe y la nueva física). No hay necesidad de que Dios actué en todo ese 50%, aunque esto asegura un rango considerable de actuación. Basta, como expliqué, pequeñas perturbaciones que pasarían inadvertidas para los aparatos de medición (Dios no altera frecuentemente el orden creado por El), pero que harían una gran diferencia para el creyente, amplificándose estas señales en el tiempo para que resulten en el estado correcto, deseado por Dios para bendecirnos y a la vez, cumplir sus propósitos eternos. Si usted es un creyente comprometido, ha orado con fe y ve cumplidas sus oraciones, probablemente estará de acuerdo conmigo en el hecho de que sus peticiones son contestadas en una mayor cantidad de veces que lo esperado por azar. No he realizado los cálculos probabilísticos que serían de rigor científico, pero puedo asegurar que las ocasiones en las que mis oraciones son contestadas, y aquellas en las que lo que sucede a mi alrededor es de bendición, son abrumadoramente abundantes. Si usted no es creyente, no sabrá de lo que estoy hablando, y si usted además es físico, lo siento, sus instrumentos nunca lo podrán confirmar. Todavía queda la posibilidad de estudiar los milagros, digamos, las curaciones sin explicación médica, y determinar si son más frecuentes en personas de fe, pero la imposibilidad de controlar la variable independiente (¿Cómo mide la fe?) hará que la labor sea, con mucha probabilidad, infructuosa.
He aquí una humilde interpretación de lo que es (solo una parte de) el propósito de Dios para nosotros en esta tierra: Dios quiere que señoreemos, que conquistemos, que salgamos de la tierra a dominar otros mundos, que desarrollemos la ciencia y a la vez la fe, que dominemos las fuerzas de la naturaleza, incluyendo la segunda ley de la termodinámica que predice la muerte del universo, y que lo hagamos con responsabilidad, siempre para beneficiar a la colectividad antes que a nosotros mismos, respetando nuestro medioambiente y otras formas de vida. Para eso diseñó la manera de hacer que la materia inanimada se tornara en sistemas complejos, alejados del equilibrio termodinámico, autoorganizados, flexibles, autorreproducibles y de complejidad inigualable, y finalmente capaces de pensar, abstraer y alterar el entorno. Siempre que Dios se encuentra con el dilema (si Dios tuviera dilemas) de favorecer nuestras peticiones o favorecer el crecimiento de los sistemas para este propósito, su balanza se inclinará en nuestra contra. Por eso las escrituras, por eso las enseñanzas, por eso lo de amarnos los unos a los otros, para que nuestros propósitos siempre estén acordes con los de El, y así en esa obediencia, en ese caminar con Dios, podamos ser bendecidos.
¿Sabía usted que el propósito (ya sea eterno o terrenal) también tiene un nombre rimbombante? Se le llama “teleología”. Por el momento, mi propósito es conquistar el mundo. Que tenga buen día.

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