Él era
un plebeyo.
Ella,
una princesa bella. Su perfil a contraluz, suave, juguetón, perfecto, el de una
diosa de amor. Su figura fina y ágil revoloteaba como una hoja al viento. Y su
sonrisa. ¡Ah su sonrisa! Cuando sonreía iluminaba totalmente el rincón más
oscuro. Para aquel plebeyo no existía nada más embelesante, embrujante, que
aquella cálida sonrisa que sin duda podría iluminar aun el grandioso brillo del
Olimpo… Y su exquisita personalidad… Un tsunami. Conocerla era conducir en
carretera a 200 kilómetros por hora y de repente, de improviso, algo. Tal vez
un obstáculo, o un bache que te deja sin aliento. Una vez que la conoces, tu
vida no es la misma.
Por
esas cosas del destino, la princesa y el plebeyo se encontraron. A pesar de las
diferencias abismales, algo los unía. Quizá algún tipo de recuerdo ancestral.
En el torbellino de las generaciones las almas se mueven, encuentran, chocan
entre sí, y siguen su camino, como moléculas de una substancia espiritual
incierta. De vez en cuando dos de ellas se enganchan, y se reencontrarán siempre,
hasta el final de los tiempos, porque se acoplan de manera perfecta. No lo sé.
Son solo conjeturas. A pesar de mil cosas que los separaban el plebeyo y la
princesa encajaban, como dos piezas perfectas en un universo de desorden.
Y por
esas otras cosas del destino, el plebeyo y la princesa tuvieron la oportunidad
de reunirse. Un carruaje, un conductor amigo y cómplice, un escape clandestino,
una cabaña en los montes nevados, perdida entre coníferas; una hoguera, una
cama suave con cojines variados de color pastel, bañada en pétalos de rosas de
una exquisita fragancia.
El
plebeyo susurró al oído de la princesa palabras dulces, bonitas. Le decía
cuanto la amaba, le relataba quedo cómo siempre la había amado, mientras mordía
suavemente con sus labios el lóbulo de su oreja, muy, muy suavemente.
El
sentimiento experimentado por el plebeyo en ese instante es difícil de relatar.
No importa la grandilocuencia de las palabras utilizadas, siempre hay un
sentimiento, alguna experiencia, cuya evocación no es posible plasmar en el
papel, ni siquiera en imágenes. Pero en pos de la simplicidad diré que el
sentimiento era similar a aquel que experimentan los que parten a lo ignoto, y
luego regresan. Eso que esos pocos afortunados llaman “cielo”. Una luz
brillante pero que no enceguece, el tiempo se detiene, o más bien todos los
instantes se hacen uno, y todo, absolutamente todo, se llena de ese amor
infinito…
¡Ah
los infinitos! Tan problemáticos, tan inalcanzables, incomprensibles e
indefinibles, y sin embargo tan reales. Einstein tenía problemas con los infinitos.
Cada vez que aparecen en el cuaderno del físico, las ecuaciones no cuadran.
Pero en ese instante de amor todo encaja y la ecuación se
hace perfecta… Un pequeño instante cuando todo se detiene, y el tiempo se torna
infinito… La pequeñez infinita de ese instante, insuficiente para contener ese
amor infinito... Los infinitos aparecen una y otra vez, por todas partes. En
consecuencia, los amantes deben vaciarse, exprimir ese instante de amor y placer
sublime hasta la última gota…
Harían
el amor… No, su amor ya estaba hecho, desde el principio de los tiempos. O más
bien, el amor no se hace. El amor es, y punto. Lo que harían sería sellar de
nuevo un pacto de unión, como lo hicieran en tantas otras vidas, no de cuerpos,
sino de almas…
Continuó
besándola. Juntó sus labios con los de ella en un suave roce, muy suave, casi
imperceptible. Lentamente su lengua se dedicó a explorar su boca por completo, alcanzando
cada rincón, rozándolo, muy suavemente, haciéndose consciente de cada punto,
bebiendo con sed, saboreando cada gota de su fluido, absorbiéndolo todo como un
náufrago. Sintió la dulzura suave de su boca y de sus labios. Deseaba
permanecer ahí por siempre, pero su deseo de comerla toda a besos lo superó.
Delicadamente la volteó sobre su costado y besó su espalda, muy suavemente,
como se sorbe el vino más fino, sintiendo cada sabor, mientras acariciaba con
sus manos sus caderas. De pronto el plebeyo fue poseído por la desesperación.
Deseaba beber con ansia hasta la última gota el embriagante néctar de su amor.
Deseaba hacerla explotar de amor como mil volcanes encendidos, para beber cada
vez más…………