Sucesos, Vida de Fe y Cristianismo en Honduras

lunes, 5 de septiembre de 2011


Job y la Injusticia Divina

Por: Edwin Francisco Herrera Paz
Mi amigo Ivan me confesó que después de un minucioso estudio seguido de sesudas cavilaciones, había algo que le estrujaba su corazón. Había leído recientemente el libro más antiguo de las Sagradas Escrituras: Job.

“¿No es suficiente con el hecho de que la naturaleza y la vida sean injustas?” –Me preguntó–. “Porque fijate cómo a diario mueren miles de niños de hambre y de diversas enfermedades, los hombres buenos son asesinados y el crimen triunfa muchas veces sobre el bien, las guerras cobran muchísimas vidas inocentes y algunas epidemias han diezmado la población mundial.

Este mundo físico es de sufrimiento y al parecer a Dios no le importa, o tal vez disfruta de ello. He entrado en esta especie de ‘duda existencial’ después  de leer el libro de Job. El inocente Job era un hombre recto y temeroso de Dios, sin embargo, Dios le prestó oídos a Satanás para probarlo, y con ello, no solamente lo puso a prueba sino que arrasó con vidas inocentes.

Por ejemplo, ¿Qué culpa tenían las pobres ovejitas para morir rostizadas? ¿Y los sirvientes y los hijos de Job? Es decir, si la prueba era para él ¿qué necesidad había de darles chicharrón? De verdad no lo entiendo Edwin. Sí entiendo que el mundo sea injusto, que en la realidad la bruja malvada se quede muchas veces con el reino y la pobre Blanca Nieves se conforme, a lo sumo, con casarse con algún enano. ¿Pero esto? Es la injusticia divina en todo su esplendor.

Porque ¿Sabés? Es fácil decir que en la guerra los civiles muertos y mutilados son nada más que “bajas colaterales,” pero no podemos decir lo mismo cuando hablamos del ser Omnisciente y Omnipotente que es Dios. Por más que me devano el seso no le encuentro explicación.

Pero lo que más me desconcierta es el hecho de que la mujer de Job se haya salido con la suya. Cuando vio al pobre hombre todo leproso y picado por chinches y zancudos, ella muy campante se fue con el primer muchacho que se le apareció dejando solo a Job con su desgracia. La más malvada nunca fue castigada. ¡¡¡¡Es que no lo entiendoooooo!!!!”

“Bueno” –le repliqué–. “Me acabás de poner en jaque. Pero por lo que se, es muy difícil distinguir el bien del mal. Creo que Jesús lo dijo bien en la parábola de la cizaña y el trigo. Ambos crecen juntos y es imposible separarlos hasta el tiempo de la siega.”
“Pero ¿Qué tiene que ver eso con la injusticia divina?” –Preguntó Ivan.

Yo le contesté: “Es que hablaste sobre las guerras y las bajas colaterales, y hay una diferencia entre infligir el mal y recibirlo. Para comenzar, según el libro de Job no fue Dios el que causó toda esa destrucción, sino Satanás. Satanás inflige el mal, su naturaleza es ser malvado, pero el hecho de ser víctima del mal, en realidad no es tan malo.”
“Ya me tenés enchibolado,” espetó Ivan.

“Pues mirá, no te enchibolés. Lo que consideramos malo en nuestro mundo terrenal en realidad no lo es tanto en el mundo espiritual. La muerte no es más que el regresar del hombre a Dios, y los sufrimientos y dificultades crean en el ser humano la resiliencia necesaria para desarrollarse. Es más, sin dificultades y sufrimiento no habría lucha, ni progreso, ni desarrollo en ningún sentido. Los entes malvados portadores de destrucción utilizan al ser humano para causar resiliencia, se valen de todo para destruir, sin saber que en el fondo son factores de impulso. Así que en la historia de Job, este pasó la prueba y en adelante fue más fuerte, y las víctimas inocentes retornaron a Dios.

Claro, que eso no nos dice absolutamente nada sobre la vieja traicionera, pero lo que no cuenta la historia es que después de unos años, el joven con el que la doña se fue la terminó abandonando por una con la mitad de la edad de ella. Eso la hizo sufrir mucho por lo que pronto su pelo se encaneció y su curtida piel se arrugó como el mondongo, sin duda un golpe duro para una mujer tan vanidosa.

Un día, pasados los años, vio pasar de lejos al prosperado Job del brazo de su nueva mujer, y fue entonces que el remordimiento y el arrepentimiento la invadieron como un cáncer metastásico hasta los tuétanos. Le tocó una larga vejez con este sentimiento que terminó purificándola del pecado cometido. Finalmente, todos volvieron a Dios.”

No creo que Ivan quedara muy convencido con la explicación, aunque le expuse que no está en nosotros juzgar los hechos divinos puesto que nuestros pensamientos son infinitamente pequeños en comparación con los pensamientos de Dios. 
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