Sucesos, Vida de Fe y Cristianismo en Honduras

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viernes, 29 de mayo de 2009


De Cómo el terremoto me quitó el miedo


"Dios es nuestro refugio y fortaleza,
socorro siempre a mano en momentos de angustia.
Por eso, si hay temblor no temeremos,
o si al fondo del mar caen los montes;
aunque sus aguas rujan y se encrespen
y los montes a su ímpetu retiemblen".
Salmos 46:1-3. Biblia Latinoamericana

¿Donde estaba? Ah, si: Hace dos días. Por la madrugada. Entré al quirófano; obedeciendo instrucciones de la enfermera instrumentista (¿o era la circulante?) me paso a la cama de operaciones. No siento miedo. Pienso en la teleología divina. Ya no oro tanto como antes; ahora solo siento Su presencia, acompañándome. Yo, como siempre en los últimos años, me dejo llevar, no me resisto, soy una veleta impulsada por el suave viento divino. La teleología me conforta. He estado muchas veces en sala de operaciones, pero por primera vez acostado, no deja de extrañarme la falta de miedo, pero no lo siento. Pienso: En el peor caso, me muero, y pronto estaré en Su presencia eterna. Si sobrevivo, continuaré sirviendo a Dios y a mis semejantes, y cumpliré mi propósito aquí. Recuerdo a un compañero del Internado de Medicina, que murió durante una cirugía de apendicitis. No me importa. De cualquier manera es ganancia: quisiera explorar y entender algunas cosas del más allá. ¿Y si tuviera una experiencia cercana a la muerte? Sería sumamente interesante ir, venir, contar e intentar interpretar. Creer en Dios es una buena apuesta.
La enfermera, cadenciosamente, me extiende los brazos y me los amarra, y obedezco sumiso. Entra un médico. Me saluda: ¿Como estás, Edwin? Yo lo conozco, es mi amigo pero en ese momento lo confundo con un antiguo maestro. ¿Cómo reconocerlo con el disfraz completo de sala de operaciones? El no repara en eso. Hola Doctor, le digo. Me contesta diciéndome que estoy en buenas manos, señalando a la Gran Jefa cirujana. Entra el Dr. Banegas (anestesiólogo) quien también es mi amigo. Intercambiamos unas palabras. Segundos después, se apaga la luz…
Se enciende la luz. Siento un intenso dolor en mi fosa ilíaca derecha, en el sitio donde otrora residiera mi ex apéndice. Me agito un poco del dolor. Grito: ¡Me duele, pónganme demerol, o morfina!!! No me paran bola. ¡Si no me ponen algo me escapo, me están maltratando!!! Grito. Cosa extraña: por alguna razón, en ese momento ya se quien es mi amigo médico: Allan Gutiérrez, aunque no lo veo por allí. Hasta hoy, en este momento, reparo en el asunto, pero de alguna manera mientras me encontraba bajo el efecto de la anestesia, lo reconocí. Tengo una hipótesis: como investigador siempre hay en mí una curiosidad activada, subconsciente, interesada en conocer mis propias reacciones ante una situación que aunque traumática, novedosa, lo que me hace percibir la realidad casi intuitivamente, aun bajo el efecto del halotane (enfluorane, etrane, metoxifluorane, o como se llame).
¡Gutiérrez!!! Grito. ¡Necesito demerol, que me muero del dolor! No gritaba de agitación sino de dolor de verdad. Llegó una enfermera con una jeringa, me ladee a la izquierda y me aplicó la inyección en el glúteo derecho. Segundos después, se apaga la luz...
¿Se ha fijado en las películas? Termina una escena. Luego, comienza otra escena, tal vez mucho tiempo después. Pero entre las dos escenas no ha transcurrido el tiempo. Así se siente. Las personas que han sido intervenidas quirúrgicamente o que han estado en coma saben de lo que estoy hablando.
Se enciende la luz. Estoy en la habitación. Está mi papá, que recientemente veo muy poco, y gran parte de mi familia. Mi papá hace algunas bromas sobre mi condición (creo, no recuerdo muy bien). Segundos después se apaga la luz. Al salir el sol, me despierto casi normalmente, siento algo de dolor, pero no es excesivo. Por momentos me siento, pero debo ser ayudado siempre. Me ponen de pie como quien para una tabla. Tengo muchísimo miedo de dañarme la herida. Paso el resto del día como en el limbo de lo perdido. Estoy aburrido, aunque pienso que nada, comparado con los largos días en los que me mantuvieron secuestrado, hace más de 10 años. Tengo un apetito atroz, pero no puedo comer por orden médica. Me robo unas cuantas uvas y cacahuates. Llega la noche. Me acuesto. Tengo un sueño superficial.
A la altura de la madrugada comienza a temblar la cama, luego toda la habitación. De inmediato me doy cuenta de que se trata de un terremoto. Sin pensarlo y de forma automática me incorporo, corro, tomo el teléfono, llamo y me contesta mi hermano. Me indica que el, mis hijos y el resto de la familia están afuera de la casa. Bien, le digo, y cuelgo. En ese momento recordé que estaba recién operado. Se me fue el miedo. En adelante me incorporaría de la cama con naturalidad, casi normalmente. Se me ocurre que el miedo paraliza, anula grandes proyectos y hace que grandes mentes fracasen. No voy a tener miedo, me digo. Por la mañana, mi doctora cirujana me indica que deberé tener un mes de incapacidad, lo que me parece excesivo. Yo se que estaré ejercitándome en la mitad de ese tiempo. Comenzaré a dar mis clases la próxima semana. Iré a la clínica pasado mañana, mañana me entrevistarán de “hablemos claro” y canal 10.
A pesar del terremoto de 7.1 en la escala de Rischter no siento miedo por las replicas. El único pequeño temor que me embarga por momentos es por el estado del embalse “El Cajón”, pero pronto me informo que no sufrió ningún daño. Veo una entrevista al Dr. Arturo Bendaña, quien asegura con gran convicción que el estadio Olímpico se encuentra intacto. Las cámaras muestran otra cosa. Estoy ciego –pienso- o las cámaras están dañadas. Lo mismo dicen del edificio de los Juzgados. Daños arquitectónicos, pero no estructurales, dicen. Las imágenes muestran daños severos en algunas columnas. Entonces pienso: las columnas no son parte de la estructura, son de adorno. Verán, en un tiempo mi ignorancia en asuntos de arquitectura me hizo suponer que las columnas soportaban gran parte del peso del segundo piso. Ya salí de mi error, y el edificio estará reparado en dos días.
Milagro: muchos se han olvidado de la cuarta urna. Yo no. Comento el blog de Miguel de Arriba. De hecho lo comento dos veces. Les aconsejo a los lectores inteligentes que se olviden de la cuarta urna, y me doy cuenta de que ya caí en el juego circular sin salida. Hoy jueves ya es de madrugada, pero como mi ritmo circadiano se encuentra trastocado, no me puedo dormir. Les iba a comenzar a ilustrar mi novedosa propuesta de una teoría de la evolución de los sistemas vivientes hacia la complejidad. Darwin estaría orgulloso de mí. Entonces no se hubiera llamado la teoría de Darwin y Wallace, sino de Darwin y Herrera-Paz. Creo que ya estoy soñando despierto (alucinaciones hipnogógicas, diría mi profesor de medicina psicosomática). No tengo ganas ni de conquistar la cama, no digamos al mundo. Otro día les hablaré de mi teoría. Ya la luz se va a apagar.
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