Sucesos, Vida de Fe y Cristianismo en Honduras

sábado, 4 de diciembre de 2010


El secreto de la berenjena

Yo se que algunas veces peco de ser un poquitín exagerado, pero juro que lo que les voy a contar es cien por ciento verídico.

Hoy por la tarde al llegar, sentí un sabroso olor a guiso. Entré a la cocina cuando mi madre cocinaba, y ante el tentador aroma me serví un gran plato de berenjenas en salsa, me senté a la mesa y procedí a devorarlas. Confieso –y así se lo dije a mi madre- que esas eran las berenjenas más sabrosas que había probado en mi vida. El sabor era entre dulce y ligeramente ácido, pero con un toque especial almizclado y ligeramente fermentado.

Intenté por unos instantes arrancarle la verdad a mi madre sobre el secreto de aquella salsa de berenjena digna de reyes. ¿El secreto está en los tomates? ¿O en algún proceso en el lavado de las berenjenas? ¿O quizá en el proceso de cocción? ¡Ajá! Ya sé -le dije-, el sabor es a una clase de vino con especias extrañas. En algún lugar de Europa había degustado algo similar.

Un rato después pasó mi hermano por la cocina y oyó algo de la plática. ¿Cierto? –dijo-. Yo también le dije a mi mamá que esas eran las berenjenas más asombrosamente sabrosas que había probado en la historia de mis días-. Mi madre entonces nos dijo que ella no había comido pues no le habían gustado. Después de intentar en balde arrancarle el secreto de aquel formidable sabor, ella por fin lo confesó: “Mientras buscaba en la refrigeradora los ingredientes me topé con un queso que ya estaba algo pasado, o sea juco. Para no botarlo, y como el fuego mata todo, decidí ponérselo a la berenjena. Yo no comí porque no me gustó ese saborcito.”

¡Increíble!

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