Contrario a lo que usted pueda creer, este breve post no es acerca de amores no correspondidos, o pasiones tormentosas, no, no. Es sobre los dos últimos días que me he pasado en un curso para instructores sobre soporte vital básico, que básicamente, es aprender una lista de chequeo de las maniobras que se deben efectuar para mantener viva a una persona que ha sufrido un paro cardíaco. El curso, impartido por instructores acreditados por la American Heart Association, es la máxima expresión de la filosofía utilitarista del pensamiento anglosajón. Destinado a salvar vidas, el único requerimiento del curso es aprender a efectuar los pasos en el orden preciso y realizar las maniobras correctamente.
Fabián, nuestro instructor, un argentino muy simpático, nos contó que la sobrevida en personas con paro a las que se les ha efectuado las maniobras es apenas del 5%, lo que significa que el curso es, elementalmente, destinado a suprimir el sentimiento de culpa por no haber hecho absolutamente nada si alguna vez a uno se le presenta la eventualidad de estar en el momento en que ocurre un paro. ¿No cree usted? Esta cifra es insignificante en apariencia, pero cuando nos damos cuenta de que la víctima podría ser un familiar nuestro, definitivamente nos gustaría que contara con esa pequeña probabilidad del 5% de sobrevivir por el simple hecho de encontrarse cerca de una persona con conocimientos en reanimación cardiopulmonar.
Durante el curso la comida fue abundante (un curso muy nutritivo). Como a mí me gusta hacer cálculos, calculé que el día de ayer mis compañeros profesores de la Universidad Católica se comieron cada uno, en promedio, 3.33 baleadas (tortillas de harina con frijoles fritos y mantequilla u otro lácteo), y los alumnos de la compañía Rescate Médico Móvil, únicamente 2.5, aunque este promedio fue sesgado: mientras la mayoría compuesta principalmente por mujeres solo se comió una, unos cuantos ejemplares masculinos se dedicaron a devorar hasta media docena.
El curso se realiza con maniquíes, los que tienen un precio algo elevado para los estándares latinoamericanos. A alguien se le ocurrió que con la actual recesión, no faltarán algunos que quieran trabajar de maniquíes por la mitad del precio. Yo me ofrecería, siempre y cuando el alumnado sea del sexo femenino. No creo poder soportar el trauma de que algún bigotudo me dé respiración boca a boca. Con solo pensar en algunos de los asistentes al reciente curso, se me revuelven las baleadas de ayer.
Quiero agradecer y felicitar por este medio a la ingeniera Florencia Cazenave, de la Universidad Católica, por la iniciativa, y a los instructores que se movilizaron de sus países y se alejaron temporalmente de sus familias para poder darnos este fabuloso curso, para que de esa forma podamos contribuir nosotros mismos, como instructores, a la diseminación de una técnica que debería ser aprendida por cada persona de la tierra. Saludos.
q lastima dr q yo no pude asistir a esa charla, es interesante porq son cosas basicas q nosotros los alumnos debemos aprender, le deseo lo mejor y siga para adelante.
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