Sucesos, Vida de Fe y Cristianismo en Honduras

martes, 26 de mayo de 2009


De Sistemas Complejos, Entidades Malignas y la Segunda Ley

En un futuro no muy lejano, cada red de computadoras planetaria estará conectada a otras redes similares. Los seres humanos estarán conectados en tiempo real a la base de datos de esta enorme red de redes: la red recibirá entradas sobre el estado de cada persona, los medioambientes, el trafico en cada lugar, al igual que el interplanetario e intergaláctico, y realizará las decisiones necesarias para mantener un estado de homeostasis en la galaxia (y probablemente en gran parte del universo). El resultado será niveles de inteligencia y conciencia (hiper inteligencia e hiperconciencia) paulatinamente superiores (como si de un hipertallo cerebral se tratara) generando una voluntad superior que trascenderá los limites de nuestra imaginación actual.

Hace algún tiempo, una de mis alumnas (Diana), en la glamorosa, entretenida, carismática y excelentemente bien impartida pero nunca bien ponderada clase de Genética de la facultad de Medicina me preguntó: “Doctor, ¿que hay de cierto de que usted tiene 49 años?” Yo, que solo tengo 42, hice un puchero y pensé en la mejor manera de alterar negativamente su calificación. Luego caí en la cuenta de lo que pasaba (racionalización, diría Freud): para Diana, a su tierna edad de 18 o 19 años, la ancianidad comienza a los 40, así que para ella da lo mismo 42 o 49. Inferí que lo que realmente había pasado era que alguien le había comentado a Diana que el profesor de genética, que parece un pichón de 30, tiene en realidad más de 40. Yo le digo ahora: no Diana, no tengo un retrato como el de Dorian Gray, que envejece por mí. Es que la edad biológica no siempre concuerda con la cronológica: la primera será menor siempre y cuando se tenga una actividad atlética adecuada, dieta balanceada y (lo esencial) un acerbo genético fabulosamente privilegiado. Después de esta exuberante muestra de falta de modestia que bordea la megalomanía (narciso, diría un psiquiatra amigo mío) procedo al tema que me trae (aunque no lo crea, la actitud la aprendí de mi Pastor). Ah, y su usted cree que soy megalómano es porque no ha leído la columna de Paulo Coelho (con respeto y cariño).

Hace unos momentos busqué el significado de “flauta de Pan”, ya que mi hijo es aficionado a los instrumentos de viento y me preguntó qué significa la frase. En lo primero que pensé fue en unos ricos panes alargados que venden en una repostería de la ciudad, pero ante mi ignorancia decidí consultar la internet. Resulta que Pan era un pequeño ser de las profundidades de la tierra de la mitología griega, de donde se tomó la imagen que representaba al Diablo (Satanás, Belcebub, Caligastía, La Bestia o como quiera usted llamarle) ya que poseía cuernos (igual que un amigo mío), y le gustaba tomar mucho licor, tocar la flauta y corretear a las mujeres (igual que otro amigo). El hedónico personaje representaba todo lo opuesto a lo deseable para un cristiano. La flauta de Pan toma de él su nombre. Bien, ya salí de la duda.

Como lo que sigue a continuación es bien serio, le pido a mi amiga Doctora Valladares que me tenga paciencia, ya que dejaré la payasada por un momento. Quiero hablarles algo de mi hermenéutica. Como la complemento con explicaciones científicas racionales la llamo mi “hermenéutica científica”. En alguna ocasión he dicho que Dios no altera las Leyes creadas por Él mismo. Bien, no siempre es esto así. En determinados eventos Dios hace derroche de su poder en los llamados milagros. Algunas veces los médicos somos testigos de curaciones sin explicación, bien documentadas. Otras veces los creyentes somos testigos de sucesos improbables pero que ocurren en nuestro beneficio, o en beneficio de un grupo de personas y en tiempos relativamente cortos. Sea que ese poder esté dosificado utilizando la incertidumbre, o que se manifieste en un evento asombroso, la característica común es que actúa siempre en el aumento de la cohesión de los elementos, sean estos elementos partes constituyentes de nuestro cuerpo, elementos de la sociedad, etc.

He dicho anteriormente que los sistemas complejos constan de elementos, y, más importante aun, de relaciones entre estos elementos, invisibles a simple vista, pero que en conjunto forman un todo con propiedades particulares que hacen que el sistema adquiera las llamadas propiedades emergentes. Un grupo de proteínas actuando conjuntamente para realizar un trabajo (una holoenzima, por ejemplo) necesita que se forme un fuerte vinculo entre cada proteína. Este vínculo lo da la forma espacial (tridimensional) de las moléculas y las fuerzas electrostáticas, de manera que algunas regiones de la proteína son complementarias con regiones de otra proteína (esas regiones, en lenguaje técnico se denominan “dominios de unión a proteínas”). Los complejos de proteínas forman entonces pequeños pero complejos, potentes y eficientes motores moleculares.

Bien, las bacterias se relacionan unas con otras por medio de señales químicas (llamadas quimiotrópicas o quimiotaxicas), o directamente a través de un pelo sexual, transmitiéndose unas a otras fragmentos de ADN importantes para su supervivencia. Las células en los organismos multicelulares se comunican de diversas formas: directamente por medio de moléculas de adherencia o de la unión de receptores y ligandos, o a distancia por medio de substancias hormonales o de impulsos eléctricos. Sin duda, estas complejas relaciones forman un organismo con una individualidad definida, con un conjunto de propiedades y comportamiento que no puede reducirse al estudio de las células por si mismas.

Los individuos (hablaré de los humanos, pero muchas características son compartidas a lo largo de todo el reino animal, pero ese será el tema de otra entrada) se relacionan entre sí por medio de un intrincado y complejo código de interacción social. Ahora bien, la fuerza más potente de relación entre los individuos es el llamado amor. Esa fuerza, que todos conocemos pero que nadie puede definir con exactitud, es la que mantiene a las sociedades unidas como un todo. Indiscutiblemente hay otras fuerzas y relaciones, pero por mucho, el amor es la más potente.

¿Y que hay del mal? ¿Qué hay de las entidades malignas? Bien, tal vez existan en el mundo espiritual, pero este universo necesita poco de ellas. Basta con la omnipresente “Segunda Ley de la Termodinámica” para llevar a los sistemas complejos a la destrucción. ¿Qué es la segunda Ley? Aquella que predice que a usted le tomará toda la tarde arreglar el dormitorio que en solo 5 minutos desordenará su hija de 3 años; o la que hace que una población Japonesa, a la que la que el progreso tomó cientos o miles de años en formar, sea vaporizada en unos cuantos segundos; o la que hace que su cuerpo, una maravilla de ingeniería moldeada por millones de años de evolución, sea atacada por un cáncer. El cáncer en este caso, es una mutación aleatoria que desorganiza en un momento el genoma, que necesito cientos de millones de años en organizarse; o la que hace que en los gobiernos haya corrupción, en las ciudades crimen, en los países guerras, etc. La Segunda Ley es un concepto físico que predice que la energía organizada, aquella que sirve para crear trabajo y aumentar la complejidad, se termina perdiendo en forma de calor uniformemente distribuido, un tipo de energía que ya no sirve para nada. Entonces, a los agentes del lado oscuro les resulta fácil: solo un empujoncito, y ya.

Todos los acontecimientos mencionados son destructivos o disruptivos de los sistemas complejos de los que nosotros formamos parte. Pero ¿para qué guiaría o permitiría Dios la creación de sistemas complejos vivos, capaces de burlar (en apariencia) la segunda ley creciendo en niveles de progresiva complejidad? Bien, pues la respuesta, para mi, parece ser bastante obvia, y la expongo a continuación.

La segunda ley predice la muerte del universo. ¿De que manera? Los físicos dicen que depende de la cantidad de masa en el universo. Si esta es suficiente para frenar su expansión, el universo se extinguirá en un gigantesco Big Crunch, lo cual es opuesto al momento de la creación, o Big Bang. Si la masa es insuficiente, entonces el universo tendrá un final inerte, lleno de agujeros negros y calor, pero en cualquier caso el final es la muerte. Al ser los sistemas complejos capaces de contrarrestar la segunda ley, podremos (espero que nos toque a nosotros), eventualmente, en algún futuro, de tiempo difícil de determinar, al lograr comprender por entero las leyes que rigen el universo, desarrollar la tecnología para superar ese reto, salvando la preciosa creación de Dios (mis profesores me dijeron que pensara en grande ¿no?).

De allí es inmediato que toda intervención divina estará acorde con este plan cósmico, y cada uno de nosotros es parte, aunque muy pequeña, de ese plan perfecto y eterno. Es posible que el experimento del universo se haya realizado muchas veces, que en otras ocasiones no se haya desarrollado la vida por completo. En nuestro universo, aquí, ahora, tenemos la oportunidad de ser parte de ese grandioso plan, de ser puente entre generaciones, predecesores de una superraza humana, longeva, de inteligencia superior, de cualidades físicas inimaginables hoy en día, capaz de poblar otras galaxias y formar sistemas poblacionales intergalácticos con propiedades emergentes que incluirían una inteligencia que domine el universo y sus fuerzas. Dios nos ayuda en esa dirección. Desde luego, estamos limitados tanto física como temporalmente para comprender todo el panorama de eventos, y cuando hablo de limitación física, hablo de espacio como de escala. No podemos apreciar el panorama a escala cuántica ni a escala cósmica; nuestra limitación espacial nos permite analizar únicamente sucesos aislados. Esto nos hace pensar que algunas veces Dios no nos escucha, cuando lo que ocurre es que lo que pedimos no encaja en el rompecabezas que Dios está armando con nuestra ayuda. Esto no será así en niveles de gran complejidad. Los hiperorganismos serán capaces de vislumbrar esquemas a niveles galácticos, e incluso cósmicos, y realizar predicciones y simulaciones de escalas de tiempo enormes.

Para tan grande y titánica tarea (la conquista y salvación del universo), Dios, utilizando la evolución, dirigida por intervenciones breves, nos proveyó de dos herramientas esenciales: El intelecto, y la fe. El intelecto nos garantiza que encontraremos soluciones a cada problema, y la fe mueve la mano de Dios hacia una mayor complejidad. Einstein dijo: “la ciencia sin la religión (yo diría fe), es coja; la religión sin la ciencia, es ciega. Ambas, la religión como la fe, son propiedades emergentes de los sistemas complejos que llamamos “cerebros humanos”.

¿Cuál es nuestro papel entonces en nuestro limitado nivel de complejidad? Las enseñanzas de Jesús (sobre el reino en la tierra) van encaminadas a la comunión y el acercamiento de los seres humanos con Dios, y los unos con los otros. En una iglesia unida, la oración de fe es muy poderosa. Aunque siempre habrá diferencias entre las personas, en la oración congregacional se produce un poderoso vector de fe en la dirección del propósito de Dios. Las escrituras instruyen a los creyentes a ser luz en un mundo de oscuridad. Desde luego, al ser esta verdad revelada no necesita demostración científica; sin embargo este es un modesto intento de darle algún tipo de explicación (ahora sí, humilde ¿verdad?). En próximas entradas describiré mi teoría de los sistemas complejos vivos, y como ya me intimidó la grandeza del universo, me limitaré por el momento a tratar de conquistar al mundo. El universo, luego veremos.

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